1/10/09

Como mi casa

No es el lugar más lindo del mundo ni el más reconocido por todos. No es una ciudad paradisíaca, de ensueño ni hermosa. Es un lugar chiquito, con pocas cuadras, pocas casas. No tiene demasiados edificios y ninguno de los que sí tiene supera los 4 pisos. Las casitas son chiquitas, repletas de colores y tienen nombres, todas tienen nombres. Tiene pocos atractivos para el ojo no entrenado. Pero tiene algunas cosas que valen la pena ser destacadas. Lo más importante que tiene, es el mar. A lo largo de toda su extensión, su costa es bañada por el océano atlántico. Puede que no sea el mejor mar del planeta, que no sea tan claro y cristalino como lo es en el Caribe. Pero es el único mar que tiene. Sus playas son amplias, tiene altos médanos en la zona sur y grandes planicies hacia el norte. La arena no es blanca, no es suave y no es limpia. Es marrón, muchas veces sucia y a veces, por culpa de los caracolitos, llega a raspar. Los guardavidas que cuidan las aguas lejos están de parecerse a David Hasselhof y sus secuaces de Baywath.
El centro es chico, cuatro cuadras de peatonal bastan para juntar a todo la ciudad durante la noche. Hay espectáculos callejeros, que, quizás, no son los que pasaran a la historia. No hay grandes locales ni galerías, hay perros callejeros que viven del sol y el mar y demasiada arena sobre el pobre asfaltado.
Pero el encanto del lugar está en otro lado. La ciudad es chica, todo el mundo se conoce, todos van por la vida con una sonrisa. Las heladerías, sin llegar a ser las mejores del país, son familiares, artesanales, amistosas. Hay alfajores típicos del lugar que, si bien no son comida gourmet, te conectan directamente con la Villa. Los espectáculos de la calle son conocidos hace años, los actores, músicos o acróbatas tienen la mejor onda del universo y disfrutan por demás haciendo lo que hacen. Caminando por la calle, se ven todos los tipos de gente. Hay chicas en ojotas, en botas altas, en tacos agujas, se ven vestidos de diseñador, otros tantos playeros, jeans gastados y otros impecables.
En la playa no existen los complejos. Están los que se preocupan por su peinado, y estamos los que nos tiramos panza arriba y todo lo demás desaparece. Hay olas para surfear, olas para saltar, olas para barrenar y otras que te tiran al piso dejándote sin aire.
Villa Gesell es así. Es un lugar que va más allá de su simple paisaje. Tiene playa, tiene centro, tiene bosques, tiene médanos. Pero, sobre todo, tiene amistad. Gesell es un lugar chico, pero grande. Es chico en extensión, en calidad, en importancia. Pero es grande en amor, en amistad, en buena onda. Es un lugar que realmente puede llamarse hogar.

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